Una vacuna es un preparado que, según la medicina alopática, tiene la función de generar inmunidad en el organismo contra una determinada enfermedad, estimulando la producción de anticuerpos, pero su eficacia ha sido discutida por algunos profesionales médicos desde la introducción de la vacunación a finales del siglo XIX y en la actualidad crece la disidencia médica en torno a esta práctica debido a los numerosos casos documentados de daños causados por la toxicidad (1) (2) (3) (4) de las vacunas y a causa del cuestionamiento de la teoría de la infección, o teoría microbiana, por algunos doctores en medicina que niegan que las vacunas tengan algún sentido biológico, ya que hoy sabemos por la microbiología que la continuidad de la vida depende de los microorganismos procariotas, que comenzó con ellos, y el hecho de la existencia de estudios microbiológicos que demuestran que el supuesto agente patógeno esté presente tanto en los individuos enfermos como en los sanos (5) (6) (7), contradice el primer postulado (8) que deben cumplir las enfermedades infecciosas según Robert Koch, uno de los padres de la microbiología médica moderna. Incluso se han detectado supuestos agentes patógenos, por ejemplo el virus del sarampión, en menores que habían sido vacunados (9) (10) (11).
La vacunación se ha ido extendiendo globalmente después de la II Guerra Mundial y en la actualidad es un lucrativo negocio que involucra a corporaciones farmacéuticas y a Estados, que se sustenta en el alegato académico alopático, que las epidemias del pasado, que se atribuían a infecciones, ahora han sido controladas por las vacunas y que sus beneficios compensan sus efectos adversos, ya que según defienden evita cada año millones de muertes, aunque ello no se pueda demostrar.
La comercialización de fármacos tiene que venir precedida de un exhaustivo proceso de investigación para comprobar su grado de inocuidad (normalmente entre 10 y 15 años) hasta que es aprobado por las agencias reguladoras, pero en el caso de algunos medicamentos como las vacunas implica ensayos con niños que plantea un problema ético y, aunque la normativa española permite que un niño participe en un ensayo con el consentimiento de sus padres, se trata de una normativa confusa que requiere que este consentimiento refleje la presunta voluntad del menor, ¿pero cómo se puede acreditar esto en menores de corta edad? (12), con lo cual los ensayos no son suficientes y son necesarios servicios de farmacovigilancia (13) (14) dentro del programa de post-comercialización.
Por lo tanto, los primeros individuos a los que se les administra una vacuna tras su comercialización son los “conejillos de indias” necesarios para comprobar si existen efectos adversos, no detectados durante la fase de pre-comercialización, incluidos recién nacidos, cuando la propia medicina alopática asevera que un ser humano no ha desarrollado completamente su sistema inmunológico durante los primeros años de vida (15). Algunas de estas vacunas han sido retiradas del mercado, a veces después de producir daños irreversibles e incluso muertes (16), pero otras continúan siendo comercializadas porque las autoridades no ven indicios suficientes para identificar el principio de causa-efecto, aunque exista un historial de correlación de aparición de enfermedades y fallecimientos después del suministro de vacunas (17) (18).
Con todo, en las últimas décadas se ha ido incrementando el número de vacunas incorporadas en los programas de vacunación y en algunos países, como Francia o Italia, algunas vacunas ya son obligatorias, así como, algunos filántropos millonarios financian campañas de vacunación masiva en los países más pobres y existen denuncias que con ello se han realizado pruebas ilegales de vacunación en niños marginales (19). Según la medicina oficial, las vacunas son menos efectivas en organismos desnutridos y por el contrario, un organismo con un sistema inmunitario fuerte está mejor preparado para afrontar las enfermedades. Por tanto, más les valdría a estos magnates centrar sus esfuerzos en impedir las injerencias de los países ricos en los países en vías de desarrollo, que muchas veces se traducen en guerras y explotación de sus recursos, que acaban provocando grandes hambrunas, miseria y enfermedades.
La vacunación tendría que respetar el derecho de libertad individual y el derecho a decidir sobre el propio cuerpo (20) (21) (22) (23). Aquellas personas que estén en contra de ser vacunadas, ellas o sus hijos, deberían tener la misma libertad que las que defienden las vacunas. Pero, las primeras son demonizadas y presionadas por los organismos oficiales y por el lobby farmacéutico, con ayuda de asociaciones no gubernamentales que a veces actúan con el mismo fanatismo que imputan a los movimientos que abogan por la libertad de vacunación.
Según el artículo 10.9 de la Ley General de Sanidad española todos los ciudadanos tienen derecho a negarse a un tratamiento, esto se hace extensible a la decisión de los padres respecto a la vacunación de sus hijos, pero una de las excepciones de esta ley establece que no se podrán negar si supone un riesgo para la salud pública y aquí es donde entra en juego la inmunidad de grupo o de rebaño (24). Esta teoría se basa en que no es suficiente que los niños sean vacunados para que resulten inmunes a una enfermedad y para evitar una epidemia, sino que es necesario que un porcentaje alto de la población esté vacunado para que las vacunas sean eficaces y para proteger a los pocos que no lo estén, pero esto pone en evidencia que las propias autoridades consideran que las vacunas no protegen por sí mismas. Por ejemplo, en el caso del sarampión se han estimado, en la historia reciente, diferentes porcentajes de cobertura necesaria para conseguir la inmunidad de grupo, fallando (25) (26) en su predicción de erradicación varias veces: 55%, 60%, 80%, 95%; incluso en China el 99% de la población está vacunada y todavía se dan brotes de sarampión, también entre vacunados. De hecho, no está demostrado científicamente que un porcentaje determinado de vacunados produzca inmunidad y realmente esta creencia proviene de la observación realizada entre 1900-30 del siglo XX que cuando un porcentaje alto (>55%) de la población infantil había tenido el sarampión, el resto de la población parecía inmune al mismo, infiriendo que esto mismo ocurriría con las vacunas, pero no es lo mismo pasar el sarampión que vacunarte.
Otro aspecto relacionado, es el hecho que las propias autoridades recomiendan las dosis de refuerzo, ya que según argumentan la inmunidad va descendiendo al cabo de los años y teniendo en cuenta que la mayoría de los adultos no están revacunados, aunque se consigan porcentajes del 95% de vacunación en niños, no es creíble una cobertura del 95% en la totalidad de la población como aseguran. Por lo tanto, dicha teoría no se sostiene y no debe ser utilizada para forzar la vacunación en el caso que las autoridades consideren que no existe la cobertura necesaria o para exigir la cartilla de vacunación en algunas guarderías y escuelas que crea confusión en los padres, aunque en la actualidad, en base a la normativa legal, no se pueda impedir la admisión de los niños no vacunados.
La doctrina legal que ampara la voluntariedad de la vacunación en España es similar a la que prohibió la vacunación obligatoria en Suecia (27) o la que hizo eliminar algunas vacunas infantiles del calendario en Japón (28):
Por todos estos motivos desde la Asociación Dulce Revolución de las Plantas Medicinales iniciamos una campaña a favor de una vacunación libre y de gestión trasparente.