Es fácil que los amantes del pan nos rindamos a la extensa oferta que ofrecen las panaderías y corremos el riesgo de dejarnos llevar por el precioso aspecto con que nos lo presentan, cayendo muchas veces en la trampa de los productos pre fabricados. Hemos de aprender a interpretar los mensajes visuales de estas tiendas:
- Si vemos el horno eléctrico, está claro que nos van a dar baguetes pre cocinadas.
- La excesiva variedad de panes (de frutos secos, de semillas, de pasas, de cebolla, de ajo, …) suele indicar que se compran por catálogo a un productor industrial.
- Si se trata de una “boutique del pan” donde la exquisita decoración nos transporta a paisajes e imágenes paradisíacas, es muy probable que nos den un pan mediocre a un precio de lujo.
- Atención al cartel “pan de leña”, eso no es garantía de que el pan sea bueno.
- Si nos venden pan calentito, mala señal. Es probable que en cuanto enfríe, su textura sea de goma.
- Desconfiar también del término “artesano”, es una palabra muy degradada, usada como reclamo.
Hay que celebrar la vuelta al mercado de harinas olvidadas como Espelta, Centeno o Kamut y hacer un llamamiento de vuelta al consumo de pan sencillo, para saborear solo o acompañado.
Os animamos a buscar pan elaborado por auténticos artesanos con harinas ecológicas y masa madre, sin los aditivos artificiales, como el blanqueador industrial y químico que se encuentra en todos los panes blancos. Aunque para una total confianza con lo que comemos, nada mejor que amasar y hornear nuestro propio pan. Quizá un poco laborioso al principio, pero el resultado vale la pena. Porque el pan nuestro de cada día no puede estar tan prostituido. Al final del día, son demasiadas las veces que introducimos productos químicos en nuestro organismo.